Descubriendo Omán.

Recién llegado de mi viaje a Omán y todavía pienso en el país por el que he tenido la suerte de viajar. Omán es un pequeño sultanato localizado en la costa sureste de la península arábiga.

Ya se conoce la existencia de este territorio desde el 1530 a. C. gracias a una tableta grabada en la esfinge de Gizeh (Egipto), y se tiene constancia de que a principios del s. III un jefe árabe procedente de Hira (en Mesopotamia) fundó el reino de Omán. Realmente su historia es tan impresionante como su paisaje, mezcla de desierto, montañas con valles de ensueño y el mar.

La mejor época del año para viajar a este pequeño gran país es entre noviembre y mayo, pues en verano las temperaturas pueden alcanzar los 48°, con una tasa de humedad del 90% en la costa. Es recomendable vestir de manera respetuosa y cubrirse el pelo y los hombros a la entrada de mezquitas, así como también en zonas rurales. Y si te da miedo la gastronomía, ni lo dudes, existen pequeños restaurantes locales donde encontrarás delicias árabes y seguro un plato de arroz especiado y deliciosos chapatis. Y para acabar una buena comida, un café Omaní, perfumado con cardamomo, que en numerosas ocasiones se ofrece como símbolo de hospitalidad.

En la capital, Mascate, todo gira en torno a la figura del Sultán Quabus bin Said, venerado y adorado, ya que ha llevado a Omán a la modernidad y gracias a él el sultanato se ha enriquecido con la explotación del petróleo. Allí no podemos dejar de visitar la impresionante Mezquita del Sultán Qaboos, el Palacio de Al Alam, acercarnos al mar y pasear por la Corniege con el zoco, el mercado de pescado o el Old Muscat.

A pocos kilómetros de la capital nos encontramos con pequeños pueblos de pescadores como Barka y Nakhal que me maravillaron, así como Al Hamra y Bahla, pueblecitos construidos en adobe con un inmenso palmeral protegiéndolos del desierto.

Impresionado me dejaron ciudades como Nizwa, amurallada y con una gran importancia comercial, o Rustaq, una maravilla situada a los pies de la cordillera de Hajjar, donde empieza el Wadi Bani Awf. Este extenso desierto omaní aguarda grandes sorpresas como el Snake Canyon y nos conducirá hasta las Montañas del Sol o Jebel Shams, donde los amantes del trekking podrán disfrutar y descubrir otros “wadis” (desiertos), todos ellos diferentes y espectaculares y con pequeñas pozas de agua en las que, probablemente, te puedas bañar y refrescar. Para mi uno de los mejores momentos del viaje.

Pero si hay algo que me encanta cuando viajo son los mercados y, en Omán, he podido pasear por preciosos mercados rurales tradicionales donde no solo podía encontrar, ajos, especias y verduras, sino que además se vendían y compraban camellos y en los que las mujeres cubrían completamente su rostro, dejando solo libres sus ojos con el burgah, un contraste sin duda para nuestra visión occidental.

Pero este viaje aún no había acabado, no había habido suficiente con las ciudades, pueblos y paisajes ya vistos, aún me quedaba la espectacular experiencia de recorrer una parte del desierto de Wahiba para llegar hasta la costa del océano Índico y a sus aldeas de pescadores no sin antes, cruzar largas pistas a través de la nada y ondeantes dunas de arena rosada. Y por la noche, como colofón de la jornada, el desove de las tortugas en una reserva natural protegida en Ras El Hadd.

Al final de este viaje puedo decir que Omán me ha sorprendido, es un país cautivador, de gran hospitalidad y con un contraste de paisajes inesperado, así que no perdáis la oportunidad de visitar esta pequeña joya del desierto.