La lucha de las mujeres tejedoras mayas.

En 1789, en plena revolución francesa, la Asamblea Nacional Constituyente aprobó la Declaración de los Derechos del Hombre y el ciudadano, un documento que solo recogía los derechos fundamentales de los hombres, obviando así a la mujer, cuyo papel durante la revolución había sido fundamental. Fue entonces cuando las mujeres empezaron a ser conscientes de la opresión en la que vivían y empezaron a luchar contra ella.  

Desde entonces, mujeres ilustradas abogaron por sus derechos, pero no fue hasta mediados del siglo XIX en Estados Unidos y Reino Unido, que el feminismo pasó de ser una lucha prácticamente intelectual, a convertirse en un movimiento de acción social. 

Y todo empezó un 8 de marzo de 1857, cuando en Nueva York se celebró una concentración de cientos de mujeres trabajadoras de la industria textil, que reivindicaron la necesidad de dignificar sus condiciones laborales y salarios. 

Pero si hubo un acontecimiento que marcó un antes y un después, fue el incendio de la fábrica textil Triangle Shirtwaist, en 1911, en la también ciudad de Nueva York, donde trabajaban un centenar de mujeres. Durante el incendio la mayoría de las mujeres quedaron atrapadas en el interior de la fábrica porque los propietarios habían sellado las salidas para evitar posibles robos por parte de las trabajadoras. 100 mujeres murieron quemadas esa madrugada, mientras otras perecieron al precipitarse al vacío intentando salvarse de las llamas. Esta tragedia provocó el nacimiento del primer Sindicato Internacional de Mujeres Trabajadoras textiles. 

Aunque éste solo fue el principio de una lucha que en ocasiones parece interminable. 

Hoy no queremos hablaros de toda la historia del feminismo, sino que queremos poner el foco en algunas de las protagonistas de esta lucha en todo el mundo, y cómo, desde BlackPepper, llevamos años implicándonos y formando parte. 

Esta vez nos vamos hasta Guatemala, en concreto hasta San Juan la Laguna, en el Lago Atitlán, donde todos nuestros grupos dedican el día entero a conocer una de las 30 asociaciones que forman parte del Movimiento Nacional de Tejedoras Mayas.  

Un movimiento que nació no solo para demandar el reconocimiento del papel de la mujer en la sociedad guatemalteca y maya en concreto, sino también el de la mujer indígena y su derecho a ser consideradas dueñas de sus creaciones, siendo ellas las protectoras del patrimonio cultural local. Casi nada. 

El telar de cintura 

En Guatemala, son mayoritariamente las mujeres las que tejen y visiten las ropas tradicionales, ya que la mayoría de hombres han ido sustituyendo la vestimenta tradicional por la occidental, por lo que, en realidad, son las mujeres las transmisoras de la memoria histórica y cultural. 

El tipo de telar que se utiliza para hacer esas ropas tan coloridas y tan repletas de historia se conoce como el telar de cintura. Un artefacto de madera con dos extremos, uno de ellos ligado a un árbol o a cualquier objeto capaz de sujetarlo fuertemente, y el otro enrollado alrededor de la cintura de la tejedora, quien sentada sobre sus propias rodillas va tejiendo los huipiles. 

Durante la jornada que pasamos en San Juan la Laguna, visitamos la cooperativa de la Asociación Ixoq Ajkeem, donde se nos enseña todo el proceso de creación de las telas, desde el diseño, tintado y todo el proceso de confección. Además, acompañados por algunas de las mujeres de la asociación, nos adentrarán en las tradiciones mayas, a través de sus viveros de plantas medicinales o explicándonos las ceremonias mayas. Una oportunidad única para conocer de primera mano las costumbres e historia de este pueblo, además de poder colaborar activamente con la asociación y las mujeres que la integran. 

La lucha de ser mujer e indígena en Guatemala.  

La cosmovisión maya se basa en la dualidad de la existencia, es decir, existe el día porque existe la noche, el sol por la luna, la tierra por el cielo. Y es que nada puede existir por sí solo, y cada elemento vivo del universo depende del otro en igual importancia. Y eso debe trasladarse también al plano humano, donde tanto el hombre, como la mujer, tienen un papel en el entramado social que busca la fortaleza comunitaria. 

Según un informe publicado por Naciones Unidas en 2018, el promedio de escolarización de una niña indígena que vive en un área rural es tan solo de un año. De cada 10 niñas, solo 3 alcanzan el tercer grado en primaria, y solo 31 de cada 100 mujeres de pueblos locales saben leer y escribir. 

A su condición de mujer, lo cual ya les dificulta un reconocimiento social al no reconocerse sus funciones en la sociedad, su aportación económica y su capacidad menospreciada a la vez por un escaso acceso a la educación, se le añade el ser indígena. 

Y es que a las mujeres mayas no se las quiere en la capital, porque para mucha gente son indias, shucas, las sirvientas de las personas con dinero, se les menosprecia por ser pobres o por no tener un título universitario, porque son las Marías, como se las llama, porque usan ropas tradicionales y que no sirven. 

Hay que recordar que Guatemala es uno de los países de América Latina que cuenta con la mayor población indígena, alcanzando el 55% de la población total. Y eso a pesar de la colonización y de una guerra civil que masacró a 200.000 indígenas. 

A pesar de algunas voces discordantes y de que la lucha continúa muy viva, no se puede más que destacar los logros que ha conseguido este movimiento desde 2014,  son de gran importancia. Por un lado, conseguir un movimiento sólido de carácter nacional, la presentación ante el Congreso de la República, de un proyecto de ley para el reconocimiento de la propiedad intelectual colectiva de los pueblos locales, la creación de escuelas de enseñanza de tejidos junto y diferentes victorias legales.