Petra, la maravilla oculta de Jordania.
Visitar Petra es adentrarse en un mundo mágico. Es trasladarse a una época de leyendas donde las caravanas de camellos llegaban hasta la ciudad cargadas de tesoros.
Incienso de Arabia, marfil de África, especias y telas de India y perlas del mar Rojo. El bullicio de sus calles era el reflejo de una ciudad floreciente, el sonido de sus mercados se hacía eco entre los muros de los acantilados que protegían la ciudad, y Dushara, el Señor de la montaña, al que adoraban los nabateos, vigilaba atento a su pueblo.
Petra, la que durante mucho tiempo fue la ciudad perdida, es un bello tesoro encajado entre las altas montañas de la región de Edom, antiguo reino de los edomitas, descendientes de Esaú hermano de Jacob. Estos se establecieron en la zona a finales del s. VIII a.c. pero fueron desplazados por los nabateos, ismaelitas de Arabia, durante el s. IV a.c.
Para los nabateos, fue en un primer momento una ciudad funeraria, no en vano era llamada “la ciudad para el día de mañana”. Las paredes de roca que la protegían fueron hogar de multitud de tumbas excavadas, mientras que, los nabateos se alojaban en Jaimas. Pero en poco tiempo, Petra, la ciudad de piedra, floreció convirtiéndose en una urbe próspera. Se encontraba en un lugar estratégico para las rutas comerciales entre Oriente y Occidente, entre Arabia y el Mediterráneo. Su orografía de cañones excavados por el paso del agua durante milenios proporcionaba protección tanto a sus pobladores como a sus visitantes. Pero si algo la hacía especial era el agua. Petra poseía agua suficiente para abastecer a su pueblo y a las sedientas caravanas de comerciantes.
Hoy, siguen los trabajos para desenterrar esta ciudad rosa, pero a diferencia de sir Johann Ludwig, nosotros podemos visitar Petra con total tranquilidad y recrearnos en cada uno de sus detalles.
Durante ese tiempo, Petra había ido entrando en una época de declive. Se habían abierto nuevas rutas marítimas que habían desplazado el comercio de la zona, y aunque aún había caravanas que llegaban hasta Petra para repostar, su esplendor había decaído de forma irremediable.
En el 363 d. C. un terrible terremoto azotó la ciudad, y la mayor parte de los edificios y monumentos, incluido el teatro y el acueducto que abastecía de agua a la ciudad, resultaron dañados. Nunca se reconstruyeron y Petra quedó abocada a un progresivo abandono, hasta que quedó olvidada y cubierta por las arenas del desierto.
No sería hasta 1812, cuando Johann Ludwig Burckhardt, explorador suizo y gran conocedor de la cultura árabe, infiltrado en una caravana bajo la falsa identidad de Ibarhim Ibn Abdallah, consiguió llegar hasta las ruinas de la ciudad. Lo que encontró fue asombroso, una ciudad excavada en la roca, medio enterrada en el desierto. Pero la prohibición de que cualquier extranjero pudiera visitar la zona, hizo que no pudiera detenerse, ni esbozar, ni anotar nada sobre la maravilla que acababa de descubrir.
La visita de Petra es apasionante, se accede a ella a través del Siq, un desfiladero de 1,5 km de longitud cavado entre paredes de 80 m de altura y, con una anchura que, en algunos puntos, no sobrepasa los 2 m. Atravesar este pasillo de roca es simplemente impresionante, es un preludio magnífico de lo que nos depara su interior, y es que al girar, una imponente fachada de estilo helenista esculpida en la piedra se abre ante nuestros ojos. Es el Tesoro, la tumba de rey nabateo Aretas IV, famosa por su aparición en “la última cruzada” de Indiana Jones. Su nombre alude a la leyenda que habla sobre la existencia de un tesoro escondido en su cúpula y que evidencia los disparos que los beduinos y otomanos hicieron sobre ella para intentar que cayeran las monedas de oro.
Tras el Tesoro, atravesamos la calle de las Fachadas, un denso conjunto de sepulcros excavados en la roca, para llegar al Teatro, iniciado por los nabateos y ampliado por los romanos, llegando a albergar casi a 8.000 personas.
Nuestro camino prosigue hasta la zona de las Tumbas Reales, mausoleos dedicados a la familia real esculpidos en la roca, algunos erosionados por el tiempo como la Tumba de la Seda o la tumba de Corinto, y otros de gran espectacularidad como la Tumba de la Urna también llamada “El tribunal” debido a su uso civil durante la época romana y, convertida en iglesia cristiana cuando pasó a manos del Imperio bizantino.
Por último y tras caminar por la calzada romana del decumanos y atravesar la vía columnada, arteria principal de Petra, llegamos al templo de Qasr Al-Bint, un edificio con muros de 23 m de altura, construido y no excavado, probablemente dedicado al dios Dushara. Y para acabar, El Monasterio, uno de los monumentos más grandes del complejo, con 47 m de ancho por 48 m de alto y, desde donde podremos disfrutar de las últimas luces del día y de las extraordinarias vistas del Wadi Rum y de Petra.
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