Venezuela, el paraíso en la tierra.
Nos reencontramos con el paraíso, con esa naturaleza salvaje de paisajes apabullantes y gente extraordinaria que es Venezuela, y además, descendemos el Salto del Ángel.
Desde hace tiempo el equipo de BlackPepper teníamos muchas ganas de volver a viajar por Venezuela. Sabemos que es un gran país aun con grandes lugares por descubrir, desconocido por muchos viajeros y con infinidad de alternativas que ofrecer. Durante el pasado mes de diciembre cumplimos nuestro sueño de regresar y de adentrarnos por estas fascinantes tierras, navegando por sus ríos, andando por la selva y los Tepuys, sobrevolando con pequeñas avionetas su territorio para gozar de su impresionante naturaleza, y en especial, volver a descender el gran Salto Ángel.
En este viaje hemos querido también lograr un pequeño gran reto que ya ha dejado de ser un sueño para nosotros: Cruzar el Tepuy del Auyantepuy hasta llegar a la parte superior de la cascada más alta del mundo, el Salto del Ángel (979 metros) para poder bajar en rápel su pared. ¡¡Toda una aventura para los amantes de la montaña!!
Y Venezuela ha vuelto a superar todas nuestras expectativas, como paraíso natural, tropical, predominantemente selvático y lleno de contrastes. Un país de agua. El río Orinoco y sus afluentes cruzan sus tierras de oeste a este y de sur a norte, formando parte de la vida cotidiana del hombre desde tiempos ancestrales. En las altas montañas Andinas del este y en la zona de la Gran Sabana en el sud, nacen distintos cursos de agua que se abren paso con innumerables saltos, cascadas, barrancos, pozas de agua y rápidos hacia las llanuras medias de las zonas de los Llanos y de los grandes embalses de agua. A partir de aquí el río se hace navegable hasta su desembocadura en la zona del delta del Orinoco. Aunque las principales ciudades del país están bien comunicadas por carreteras y aviones, una gran parte del territorio es completamente virgen y salvaje, donde solo se puede llegar mediante vuelos en avioneta y en transporte fluvial a través de los ríos. Su costa está bañada por el océano Atlántico y el mar Caribe, donde se puede gozar del encanto de las playas de arena blanca y aguas cristalinas, tanto en las islas paradisíacas de Los Roques e Isla Margarita como en las playas situadas al este del país. Descansar y bañarse en estas aguas azul turquesa, rodeados de miles de especies de peces y corales de colores, es un paraíso para los amantes del mar.
La zona andina de Mérida presenta un aspecto agreste. Las montañas más altas tienen un mágico encanto tenebroso, mezcla de nieve, hielo y el color oscuro de su roquedo. El pueblo más popular, Los Nevados (2.750 metros), donde reina la paz hasta la llegada de los visitantes que quieren subir al teleférico más alto del mundo (Loma Redonda, 4.075 metros) y así acceder más fácilmente a sus picos.
En las tierras del Delta del Orinoco y de los Llanos (extensas sabanas de paisaje infinito) la inmensa diversidad de flora y fauna te dejan cautivado. Infinidad de aves tropicales salen volando al advertir la presencia de las personas que se les acercan. Caimanes, pirañas, tortugas y anacondas pueblan sus aguas. Un auténtico paraíso para los amantes de la naturaleza y de la fotografía. Los Llaneros y los Waraos habitantes de estas zonas desde tiempos ancestrales fueron los primeros en ver a los colonizadores, existiendo un amplio cruce de razas y culturas de las distintas migraciones que han poblado la zona. De aquí partían las expediciones en busca del Dorado. La hospitalidad y amabilidad son aspectos característicos de los habitantes de Venezuela que siempre reciben a quien los visita con una sonrisa en los labios.
Un país con una pequeña puerta de entrada a algunos de sus pueblos indígenas ancestrales. Aún podemos encontrar comunidades remotas como los Yanomamis, con muy poco contacto con la sociedad criolla, ya que es una aventura poder llegar, sin carreteras, solo se llega en avioneta y varios días de navegación en barca por el río. Aún existen unos 28 grupos étnicos originarios que mantienen su propia cultura. La mayoría de ellos mantienen una cierta convivencia con la población criolla, y conservan su identidad étnica, su lengua y sus costumbres. Se pueden diferenciar por sus idiomas originales. Entre ellos destacan los Arawak, Caribe (Pemones, Arekuna, kamarakoto, Taurepang), Yanomama (Yanomamis), Guajibo, Waraos, Chibcha (Bari), Yaruro, Piaroa… Un listado interminable que agrupa un pequeño porcentaje de la población total del país.
Con añoranza recordamos los paisajes mágicos de los Tepuys sobresaliendo por encima de los extensos bosques, selvas tropicales y zonas de sabana. Recordamos cada uno de los infinitos rincones y paisajes que nos ofrece la naturaleza en la zona del parque Nacional Canaima, uno de los lugares únicos en el mundo, donde reina el silencio y se respira tranquilidad. Las paredes rocosas de las montañas se tiñen de colores ocres durante la salida y puesta del sol, un auténtico placer para los sentidos.
Los Tepuys (que en lengua indígena Pemona significa montaña) son reliquias de hace millones de años, completamente planas y rodeadas de altísimas y abruptas paredes que llegan a los 1000 metros de altura. Dada la gran pluviometría y la pendiente natural, los ríos se abren paso hacia las zonas bajas en un sinfín de cascadas y rápidos increíbles de navegar en Curiara. Saltos de agua inacabables nos permiten un pequeño refresco en las pozas que se han ido formando con el paso del tiempo, algunas de ellas en lugares de muy difícil acceso, rodeadas de los árboles de la selva y de los ruidos de los animales que la pueblan. En el sur, la inmensa meseta de la Gran Sabana, cruzada por la carretera de Puerto Ordaz a Santa Elena de Uairen, nos permite acceder a infinidad de Tepuys (Roraima, Kukenan,…) y cascadas (Aponwao, Kama, Quebrada Jaspe, Quebrada Pacheco, Poza Esmeralda…).
Todos los viajeros vamos en busca de vivir aventuras en nuestros viajes. En este viaje la aventura ya estaba previamente fijada: queremos cruzar andando el Auyantepuy (“Montaña del Diablo” por la etnia Arekuna) y posteriormente bajar rappelando durante dos días por el lado de la cascada del Salto del Ángel. Todo un reto para nosotros. En total diez días de esfuerzo y emociones que empiezan en el pequeño aeropuerto de Ciudad Bolívar subidos en una avioneta que nos lleva hasta Uruyen, en el corazón del parque Nacional de Canaima.
Volamos en dirección al sur, cruzando la zona de grandes embalses del río Caroní y una de las zonas mineras de Venezuela. Un poco después divisamos los primeros Tepuys, sobresaliendo sus superficies irregulares por sobre de la selva, entre las nubes y la niebla. Por primera vez vemos el Auyantepuy, un tepuy con una extensión de 700 km², donde solo se accede andando o en helicóptero. De pronto la niebla se desvanece y frente a nosotros se nos brinda la oportunidad de ver y vivir la verdadera dimensión y vértigo del inacabable “Salto del Ángel”. Aterrizamos en el pequeño pueblo-campamento de Uruyen donde dormiremos y será el punto de partida de nuestra aventura. Realizamos pequeñas excursiones a barrancos y cascadas cercanas y empezamos a comprender la verdadera dimensión de lo que nos espera los próximos días: desniveles, agua, barro, lluvia, troncos caídos, raíces y calor.
Al fin comenzamos el trekking. Los primeros dos días son básicamente de subida, salvamos casi 1800 metros de desnivel. Pasamos todo tipo de terrenos: las zonas de Sabana, donde no existe ni una sola sombra para protegernos del sol; los primeros ríos donde nos descalzamos para evitar mojarnos las botas, aunque ¡poco tiempo durarán secas!; por dentro de los bosques y la selva tropical donde saltamos por encima de las raíces que nos ayudaran a agarrarnos para subir las zonas de más desnivel; la elevada humedad y calor dentro de la selva provoca que sudemos abundantemente a cada paso; en las zonas rocosas tenemos que escalar, en algunos pasos subimos agarrándonos a cuerdas fijas.
Finalmente, llegamos Cerro Libertador (2510 metros), el punto más alto del Tepuy. A partir de aquí solo nos quedan unos 60 km, para cruzar andando el tepuy y llegar al Salto del Ángel. ¿Quién dijo que estas montañas eran llanas? Durante varios días no páramos de subir pequeñas lomas para después bajar a angostos barrancos para más tarde volver a subir otra loma, y ciertamente estas son las zonas más agradecidas, porque las zonas llanas son terribles, ya que están llenas de barrizales. Llega un momento que al mirar a los pies uno no sabe discernir de qué color son las botas, calcetines o pantalones. Cada día acabamos la jornada llenos de barro, cada paso en estos barrizales es un suplicio, donde el calor y el peso del barro que arrastramos en las botas provocan que cualquier esfuerzo quede pequeño.
Por suerte cada día tenemos grandes recompensas, ya que cada rincón del Auyantepuy tiene un encanto especial. Tenemos el sentimiento que será en el siguiente paso el que nos hará descubrir un nuevo rincón increíble que nunca habíamos pensado encontrar aquí arriba. Estamos encantados con las tempestades de media tarde porque nos refrescan, no hace falta ponerse el impermeable, pues es más agradable la sensación de la lluvia cayendo por encima de nosotros cuerpo. Todos los campamentos tienen ríos o puntos de agua cercanos que nos permiten cada día gozar de un buen chapuzón. Además, tenemos una sorpresa inesperada cada noche durante la cena, ya que cualquier comida es un plato exquisito, una sopa, un plato de pasta o de arroz es una verdadera delicatessen en estas condiciones. Finalmente, sabemos que cada día que pasa estamos más cerca de nuestro objetivo, el campamento Salto Ángel.
La sensación más impresionante es cuando te separas unos metros del camino, ya que tienes la certeza que probablemente ninguna otra persona haya pisado nunca ese suelo que tú estás pisando en ese momento.
Al cabo de seis días llegamos al río Kerepacupai, estamos a menos de 500 metros del Salto del Ángel. En la zona del campamento el río se embarranca, y empieza a perder altura. Antes de acampar decidimos acercarnos al lugar donde se inicia el descenso en rápel. A medida que nos aproximamos empezamos a escuchar un ruido de fondo que poco a poco se convierte en un estruendo abrumador. Sacamos la cabeza por la parte alta de la pared del Salto del Ángel, ¡qué espectáculo! Una pared de casi 1000 metros se abre debajo de nosotros, vemos los árboles de la parte baja muy, muy pequeños. A nuestro lado el río Kerepacupai se precipita hacia abajo, ¡qué pasada!, en la parte alta la cascada tiene cierta continuidad, pero a medida que va cayendo la cascada se convierte en una lluvia fina que cae hasta el pie de la pared.
A la mañana siguiente nos despertamos bien temprano, ha llegado el momento decisivo, ¿cómo responderá nuestro cuerpo y cabeza al estar colgados de una cuerda con 1000 metros de vacío debajo de nosotros?, no sabremos la respuesta hasta el momento en que nos encontremos suspendidos encima la selva, pero una idea se repite dentro nuestro, tenemos la certeza que deshacer el camino andado para llegar hasta aquí sería mucho peor. Los primeros rápeles son impresionantes, qué pequeños somos en esta inmensa pared, qué lejos está la selva, lo único que podemos hacer es confiar en el material y bajar, un rápel tras otro.
Alzamos la vista y cada vez vemos más lejos la cima del tepuy, miramos hacia abajo y la selva cada vez está más cercana. La noche en medio de la pared es indescriptible, hemos tenido la suerte de estar en noche de luna llena, dormimos en una gran cueva, con la cascada iluminada por la luna y su sonido de fondo, toda una fiesta de la naturaleza. No nos molestan ni las cucarachas que pasean por encima de nuestros sacos de dormir. Estamos en el lugar donde queríamos estar, en medio de la pared con la cascada más alta del mundo, en una noche de luna llena, durmiendo encima de una piedra en el mejor hotel que alguien haya podido imaginar.
Ahora nos despertamos de nuestro sueño. Los últimos rápeles del segundo día nos han hecho alcanzar la selva y guardamos el material utilizado en la pared, seguimos bajando ahora andando hasta el lecho del río. Un último baño en el agua que cae del Salto y tomamos el camino de regreso que nos lleva hasta isla Ratón, el punto clásico de acceso a la cascada. Al acercarnos al campamento, acabamos de despertarnos, volvemos a estar en medio de la civilización, los gritos de la gente, el ruido de las curiaras y de los generadores que alimentan de electricidad las diferentes estancias…
Miramos atrás y recordamos cada minuto de este trekking, cada lugar y cada momento vivido en los campamentos, bosques, selva, los ríos. Miramos hacia la cascada y volvemos a sentir que en este mundo somos muy pequeños.
Un recuerdo muy especial para los compañeros que nos han hecho gozar de este viaje: Henry, Gustavo, Rómulo, Palmera, Frank, José Antonio y María, Ramón y Carlos, y a todas aquellas otras personas con las que hemos coincidido y hemos pasado muy buenos momentos.
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