¿Te preguntas si merece la pena sobrevolar el Auyantepuy en Venezuela?
Si dudas entre sí realizar el sobrevuelo en helicóptero para ver el Salto Ángel y los tepuyes o bien quedarte en tierra, te lo voy a poner fácil, quedarte en tierra ¡no es una opción!
Venezuela aparece en mi vida con un breve viaje relámpago de familiarización, esas sorpresas que de repente irrumpen en la vida de un Travel Expert y a las cuales no puedes decir otra cosa que un rotundo ¡SÍ!
En nada ya tenía la maleta en la mano y todo un océano me separaba de la oficina. Conocí Caracas, navegué por el Delta del Orinoco, me bañé en los espectaculares Roques, pero si hay un lugar que no consigo quitarme de la cabeza ese es Canaima.
En mi vida viajera me han sorprendido muchos lugares, me he quedado con la boca abierta en multitud de ocasiones, pero diría que Canaima es el primero que me dejo sin aliento, y es que ni las palabras pueden transmitir lo que se siente cuando estás allí.
Primero había que llegar hasta el parque de Canaima, así que, de madrugada, embarque en una avioneta de 16 plazas. Todavía era de noche cuando nos daban las instrucciones de vuelo y nos decían que al llegar a la tierra de los tepuyes nos avisarían. Abatida por el madrugón, me quedé dormida. Me despertó la voz del comandante anunciando que estábamos llegando y que se divisaban ya los primeros tepuyes. Miré por la ventana y fue en ese momento cuando la emoción me inundó, lo que estaba viendo parecía sacado de una película, era tal la majestuosidad que sobrevolábamos que era difícil creer que era real.
Aterrizar no hizo más que reafirmar lo que estábamos sintiendo y todavía podía ir a mejor. Bajé de la avioneta y frente mío un helicóptero esperaba, eran los que hacían los sobrevuelos al Salto Ángel. ¿Qué hago? ¿Subo? ¿Me quedo? … Dudé unos segundos, pero algo debía tener dentro de mí, porque cuando me quise dar cuenta ya tenía los cascos en las orejas y la laguna de Canaima bajo mis pies. Las vistas desde el cielo, son alucinantes, y te dejaban percibir toda la grandeza y majestuosidad de las cascadas que el río Carrao forma al llegar a la rojiza laguna.
Poco a poco, la civilización quedó lejos y empezamos a ascender por una alfombra verde que parecía interminable. Entre la espesa vegetación aparecían algunos claros ocasionales y los ríos serpenteaban alrededor de ellos con un color cobrizo que relucía con los rayos del sol.
Los grandes ventanales te permiten disfrutar sin obstáculos de espectaculares vistas. De esas que te dejan boquiabierto y perplejo, y es que, tanta belleza era difícil de asimilar. Sin duda, la sensación de estar suspendidos en el cielo y poder observar toda esa escena era abrumador.
El paisaje comenzó a cambiar, y en la distancia, unas siluetas imponentes empezaron a dominar la región, la Tierra de los Tepuyes estaba, por fin, bajo nuestros pies. Con la emoción contenida, el helicóptero puso rumbo firme hacia el Auyantepui, una enorme meseta elevada donde nace la cascada más alta del mundo. A medida que nos acercábamos, su enormidad se hacía cada vez más evidente. El helicóptero se inclinó ligeramente, dándonos una vista perfecta de las paredes verticales que parecían desafiar la gravedad. La meseta se extendía como una isla en el cielo, un mundo aparte, misterioso y antiguo.
El piloto nos acercó todavía más y, de repente, allí estaba: el Salto Ángel. El agua caía en cascada desde una altura vertiginosa, creando una nube de niebla en la base donde se estrellaba contra las rocas. La vista desde el helicóptero era absolutamente impresionante, 979 metros de vacío, parecía casi irreal, como si la naturaleza hubiera decidido crear un espectáculo para nuestros ojos.
El helicóptero realizó maniobras suaves, permitiéndonos contemplar el salto desde diferentes ángulos. Mi móvil echaba humo queriendo capturar cada momento de esta experiencia mágica. La combinación de la altura, la majestuosidad del salto y el verde vibrante de la selva que lo rodeaba nos dejó sin aliento.
Aún maravillados, el piloto cambió el rumbo hacia interior del Auyantepui, cruzando la barrera natural de roca y vegetación. Dentro, el paisaje era de otro mundo. Gigantescas formaciones rocosas se elevaban desde el suelo, esculpidas por la erosión durante millones de años. Pequeñas lagunas y cursos de agua se esparcían por la superficie, reflejando el cielo azul y las nubes que pasaban. Volamos bajo, muy cerca de las formaciones rocosas, permitiéndonos ver cada detalle. Las torres de roca y las columnas parecían salidas de una película de ciencia ficción, y no podíamos dejar de tomar fotografías y videos, queriendo capturar cada momento de esta experiencia surrealista. En un momento determinado nos encaminamos por el cauce de un río de extraños colores, verdes, rojos, naranjas… aguas puras y cristalinas salpicaban los alrededores movidos por la fuerza de las hélices.
Y de repente, aterrizamos. El piloto bajó y abrió la puerta. “Pueden bajar”, dijo. Mi cabeza no era capaz de asimilar lo que estaba pasando. Bajamos lentamente, abrumados por la situación, por la emoción, por la incertidumbre. Estábamos caminando por una maravilla geológica, por el mundo perdido, por el inicio de los tiempos. Ser consciente de ello descoloca y emociona, te hace sentir afortunado y pequeño a la vez y es prácticamente imposible que la piel no se te erice y un par de lágrimas bajen por la mejilla. Ser consciente que lo que estás viendo lleva miles de años aislado e inmutable es sobrecogedor.
Intenté separarme del grupo y gozar, porque no hay mejor palabra para definirlo, de la experiencia y fueron los cinco minutos más irreales jamás vividos. Todo era sobrenatural, sobredimensionado, implacable, brutal… Subir a ese helicóptero había sido la decisión más acertada de todas.
Lo bueno dura poco y el piloto nos llamó para volver. Como en una película romántica anduve hacia la nave sin querer mirar atrás, esperando que alguien me dijera “quédate”, como si de la nada tuviera que aparecer Alejandro Laime, el ermitaño centinela que vivió en su cumbre, como si allí otra realidad fuera posible.
Entre emocionados y tristes a la vez, abordamos el helicóptero y atravesando profundas grietas y cañones que cortaban la superficie del tepuy iniciamos el vuelo de regreso a Canaima. Aunque el tiempo había pasado volando, nos llevábamos recuerdos imborrables. La vista final de la selva tropical y los ríos serpenteantes nos hizo apreciar aún más la belleza y la vastedad de esta tierra.
El aterrizaje fue suave, y al bajar del helicóptero, todos sentíamos que habíamos vivido algo verdaderamente especial. Nos miramos y sin pronunciar palabra, cada uno siguió con su viaje. Cómplices del momento, el Salto Ángel, con su impresionante altura y su majestuosidad, había dejado una marca indeleble en nuestros corazones que no podíamos traducir en palabras. Habíamos visto uno de los lugares más espectaculares del mundo desde una perspectiva única, la naturaleza en su forma más pura, y esa experiencia nos había transformado.
Es por eso por lo que realizar el sobrevuelo no solo es muy recomendable, sino que es una obligación, una obligación moral con la belleza, con la espectacularidad, con la vivencia, una experiencia única que no os dejará indiferentes así que no os lo penséis, el gran Salto ¡os espera!
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